Con vista al mar
Me llamaste sin hablar, como solo tú me has bautizado, reducida a la mínima expresión, a mi esencia, una letra y un punto, casi un círculo pero no. Me mantengo abierta a dejarte pasar, que te acunes dejando los pies fuera, balanceándote en la noche plateada.
Me llamaste esa noche, desde otro cielo, con las mismas estrellas y sentí un pequeño tirón de un cordoncito rojo que descubrí nos unía. Extrañé a quién aún no conocía, sentí la calidez de tu alma junto a la mía.
Soñé con un pisito, en Colombia o en España, o tal vez en México, una sala de paredes blancas, baldosas con motivos art nouveau en tonos verdes, amarillos y rojos desgastados. Al fondo unas puertas altas llevan al balcón; la mitad superior de vidrio, la mitad inferior de madera y molduras blancas. Desde allí atardece, desde allí amanece cuando no puedes dormir, desde allí el vapor del café calientito de la tarde se confunde con el frío.
Al cruzar al exterior hay una baranda en la que apoyas los codos, inclinado hacia delante y volteas un poco porque me sientes acercarme, pero no del todo, lo suficiente para verte de perfil. Qué bonito perfil, apacible y tormentoso perfil.
Me llamaste sin hablar, como solo tú me has bautizado, reducida a la mínima expresión, a mi esencia, una letra y un punto, casi un círculo pero no. Me mantengo abierta a dejarte pasar, te abracé desde atrás -ojalá te quedaras un rato más- y desperté.