Dibujando mapas
No está picado el mar, pero sí intranquilo.
Estoy en una barca que se tambalea suavemente con un ritmo entre tranquilizador e hipnotizante por lo hermoso de un paisaje de mar sin fin, y lo peligroso de un paisaje de mar sin fin.
Navego estas aguas a un destino incierto. Es una aventura donde sé a dónde quería llegar. Un territorio que dicen que no existe. No tengo pruebas, y sí muchas dudas, pero un sentimiento magnético me llama y mueve la aguja de mi brújula en dirección a ese no-lugar.
Hay dos maneras de verlo: la brújula tiene un error de fábrica o es una edición especial.
Llevo conmigo mapas, que dibujo con teorías, cálculos y suposiciones. Corazonadas. Cada latido marcando un punto a dónde seguir, a dónde llegar.
¿Cómo confiarle el rumbo a alguien que dibuja mapas sin ser cartógrafa?, incluso cuando ese alguien soy yo. Incluso cuando creo que debo hacer mi propio camino.
Escucho una voz omnipresente, como Bastian hablándose a sí mismo en La historia sin fin. Me leo, me hablo, mientras voy escribiendo la historia.
— No tienes que atravesar la tormenta para probarte que saldrás también viva de esta.
Los mapas no incluyen pronóstico del tiempo y la ruta que estoy haciendo no pretendía poner a prueba mis habilidades de supervivencia. Pretendía darle un nuevo rumbo al corazón, pero este es ciego y cuando se pierde es incapaz de mirar a las estrellas para encontrar de nuevo su camino.
Se viene la noche, con ella la tormenta y yo voy de frente en dirección a ella. Aw, bonita escena. El cielo encendido y los truenos irrumpiendo mis pensamientos. Me repito que en algún lado hay tierra firme y que el no-lugar existe.
Estoy abrazada a la incertidumbre, mal nombre para un flotador, sin embargo, me gusta que no deja que me ahogue, para bien o para mal. Incertidumbre, la certeza de la no certeza. Y porque no sé, no sabía, que iba a llegar hasta acá, porque sigo dibujando mapas a punta de corazonadas y mi brújula está enloquecida, sé que es momento de levantar la mirada al cielo.