El silencio

Carolina Ardila
3 min readAug 1, 2023

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Casi nunca me gustan los sueños de las siestas. Me despierto muy sobresaltada. Mi cabeza va imaginando más rápido de lo que mi cabeza en estado de vigilia puede procesar.

Esta vez estábamos juntos en una casa grande y decorada súper bonita. Como aesthetic/ecléctica. Un poco como quiero que sea mi casa, pero con más presupuesto y más de señora. Blanca, lila, papel tapiz de flores. Bueno, bastante más de señora.

Yo estaba en un sofá con una chica y un chico. Tú estabas en otro, con dos personas más. Una de ellas la conocemos ambos.

Veíamos una peli tal vez. Porque todo estaba oscuro y nos iluminaba la luz del televisor.

Era la casa de la mamá de unos de ellos. La mamá y el papá. ¿Qué hacemos en la casa de los papás de alguien cuando somos adultos independientes desde hace años? Se siente como la época de la universidad pero tengo la certeza que estamos en un presente que no es este. Lejos del futuro, cerca del pasado. Es un presente paralelo con una delicada dirección de arte y un guión misterioso, casi macabro, porque por qué jugar con mis sentimientos así?

Todo parecía llevar a un build up de un capítulo de Black Mirror, de las primeras temporadas, de las buenas. Pero no, acá el problema no es la tecnología.

Calma, no va a salir nada del televisor. Devuelvan la atención a los sofás.

En la sala había contacto visual entre los que compartíamos sofá y a mí me estresaba porque me parecía que te incomodaba. Yo quería estar junto a ti, tocarte la mano y que me abrazaras. Pero no volteabas a verme.

Hablábamos, los presentes. Mencioné a F. “Le está yendo bien” dijeron.

La conversación iba y venía y me empecé a sentir sofocada. El corazón latía más rápido acompañado de una ligera presión en el pecho. Quería hablar y mi opinión era como un perrito tratando de cruzar una autopista con autos pasando a toda velocidad.

Fui al baño. Un baño con papel tapiz de flores. Sí, ese papel que mencioné al principio solo estaba en el baño. Lo atravesaba una moldura de madera, pintada de blanco, que dividía las paredes en dos. Sentada sobre la tapa del inodoro con las manos sobre las rodillas, el ceño fruncido y los ojos fijos en las flores del papel frente a mí, queriendo que salieran en 3D y se movieran suavecito mecidas por una brisa que claramente no corría por un baño largo y angosto sin ventanas.

Los papás aparecieron eventualmente a ver si yo estaba bien. Les dije que tenía tres capas de ropa y me sentía asfixiada. Me di cuenta que lo decía y que efectivamente tenía tres capas de ropa a unos cómodos 24 grados centígrados. Tal vez lo que no me dejaba hablar era ese cuello tortuga negro innecesario.

Ella, la mamá, me dijo que yo no tenía que sentirme así. “Así”, como quien te dice “no estés triste” cuando lo estás. Como apagar un switch.

Cuando volví a la sala alguien se movió y podía ubicarme cerca de ti, pero me tocaba junto a nuestra amiga, que estaba sentada en una mecedora de mimbre para tres y tenía a un bebé. Un bebé creepy, porque en cualquier otra situación yo hubiera querido hacerle morisquetas a ese bebé. Hacerle muecas y sacarle la lengua hasta que se riera. Pero ese bebé era creepy.

Me senté con ella un poco incómoda y cuando empezamos a mecernos a modo de juego nos fuimos hacia atrás. Te pedí la mano para ponernos en posición vertical otra vez. La bebé lloraba un poquito y ya de vuelta a la posición correcta se calmó. Tú no me querías mirar. Estabas molesto y no me hablabas directamente.

De pequeña, muy pequeña, recuerdo el barullo a mi alrededor y escoger el silencio. Al crecer, cuando mi familia normalizó no hablar de temas que para mí eran importantes, entendí que de lo que no se habla, no existe. Entendí que a mí los silencios no solo me incomodan, me duelen.

En mi sueño, yo seguía sintiendo el corazón muy acelerado y nuevamente asfixiada. Ahí me desperté. Sin posibilidad de llamarte o escribirte. El sueño fue mi imaginación, el silencio era real.

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Carolina Ardila
Carolina Ardila

Written by Carolina Ardila

Como diría Alicia, la del país de las maravillas: A duras penas se quién soy. Se quién era cuando me levanté, pero he cambiado varias veces desde entonces.

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