Entrar sin hacer ruido para no despertar los miedos

Hoy la casa se siente amplia pero no vacía. Hay espacio para lo nuevo, para redecorar. Veo mi sombra en una pared con cuadros que escogí, con los distintos estilos de arte que me gustan:

El setlist de un concierto al que nunca imaginé que podría ir, una serigrafía de un hogar hecho persona -con música, siempre con música-, la radiografía de una estructura multicolor con un nombre pomposo y plantas para recordar sentirme viva, porque para hacerlo tengo que cuidarme como cuido esas plantitas.

No necesito mucho, pero sí tengo que volver -a mí- una, dos veces por semana y echarme agüita. Es metáfora para el autocuidado, pero no es pura metáfora ¿eh? hay que tomar agüita.

Ahora fluye la energía, un cliché que funciona. Me escucho cuando mi cuerpo me dice “aquí no es”. Está incómodo, no se halla y cambio los objetos y muebles de lugar. Darle la espalda a la salida no es la salida.

Entro a casa pero no prendo la luz. Lo hago flotando como un fantasmita. No hay que despertar los miedos. Reina el silencio y lo rompo cantando suavecito y sólo canciones acústicas.

Mi versión fantasmita tiene frío, pero si no tengo pies, ¿por dónde entra ese frío? Me muevo como el sonámbulo que no recordará mañana por dónde transitó ni lo que dijo, pero con un bailaito. ¿Por qué? Porque fantasmina-Carolina tiene ganas de jugar, pero me asusto cuando me encuentro con mi versión persona que se quedó dormida en el sofá.

Si las paredes hablaran, que de hecho ya lo hacen porque hay mensajes por todos lados, probablemente dirían: bájale a la música. Menos mal los vecinos no lo dicen.

Pero fantasmina-Carolina se acerca a la del sofá, enroscada porque también tiene frío y le susurra: No le bajes a la música, que si lo haces, podrías escucharte.