La sal en los labios

Carolina Ardila
2 min readDec 31, 2019

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Es raro. Esta tristeza la llevo diferente. No diré que duele más o menos, sólo que es diferente a todas las demás. Cuando creo que ya la sé llevar conmigo, en silencio, como una sombra que me acompaña a todos lados, de repente hay detonantes que me hacen encontrármela frente a frente o junto a mí en el reflejo dándole peso y forma, y un poquito del muro que construí se me desbarata. Diligentemente, vuelvo a taparlo.

Silencio. Me estoy quedando sin voz un 31 de diciembre y me pongo ¿supersticiosa? ¿Trascendental? Y lo traduzco como un mensaje o señal de que es momento de estar en silencio, que lo que necesito decir debo pensarlo muy bien primero, porque mis palabras pesan, las palabras pesan. Pero no sé si ese silencio también es quedarme callada, que igual en la introspección me escucho fuerte y claro y tal vez he estado tratando de tapar mi propia voz por miedo a lo que pueda decirme.

En este momento me siento como en un bosque, adentrándome entre un camino con un arco natural de árboles. Me volteo y todo atrás se ve un poco oscuro. Vengo de ahí y no era así cuando lo recorrí pero tal vez es el ocaso que hace que no pueda divisar mucho más lejos.

Lo extraño es que no sé a dónde voy pero no me siento perdida del todo. Sé de dónde vengo y lo que se quedó atrás. En las pérdidas también me he perdido un poco a mí misma. En las dudas, me he dejado de querer un poquito.

Miro dentro, en la puertita que llevo en el pecho y me recuerdo que lo que me hace bien debo seguir haciéndolo, que es allí, en esa mezcla de alegría y paz que me vuelvo a encontrar.

También es cierto que me estoy reconciliando con mi versión que llora. De alguna forma me parecía absurdo que si tanto tiempo y trabajo le ponía a mi muro de contención no podía contribuir a subir el nivel del agua con más lágrimas. Pero tratar de contenerlas tampoco me hacía bien. Al llorar me daba rabia, me sentía débil.

En medio de todos los cambios busco incomodarme para reacomodarme. Cambio la vista de la ventana, cambio la llave de mi puerta y el camino al trabajo, pero tengo que parar.

En mi ciudad -ya me apropié de Bogotá- me recuerdo que yo soy del Caribe, que cerca del mar encuentro mi centro, que dentro de mí tengo su fuerza y también puedo estar así de revuelta.

Hice una pausa y me vine al mar a saborear la sal en los labios y escuchar el dulce susurro del viento que me acaricia entera, que me recuerda que todo pasa y algo queda.

Estoy aquí deseando que lo que dejaste tú no se lo lleve nunca la marea. Que se quede en mi playa como granos brillantes en la arena.

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Carolina Ardila
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Written by Carolina Ardila

Como diría Alicia, la del país de las maravillas: A duras penas se quién soy. Se quién era cuando me levanté, pero he cambiado varias veces desde entonces.

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