Mundos subterráneos

Carolina Ardila
4 min readApr 12, 2020

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Cuando estaba en la universidad descubrí una página dedicada exclusivamente a metros y me enamoré. Si pones en Google metrobits, es el primer resultado que te saldrá, un sitio web que a primeras no parece gran cosa, tanto así que se mantiene tal cual como la recuerdo cuando la descubrí, gritando una actualización de diseño, pero es una bóveda llena de tesoros: categorías, estadísticas, mapas, fotos, tipografías, logos, sonidos y hasta menciona las películas con escenas en ese metro (¿se te ocurre alguna?).

Durante mucho tiempo el fondo de pantalla de mi computador fue el de una pareja, parecen muy jóvenes, abrazados, no se les ve el rostro pero sus frentes se tocan. Están en una estación de Praga, Muzeum, frente a una pared con formas similares a piezas de lego, de colores dorados y cobres, mientras el metro arranca a toda velocidad y solo va dejando la estela de luces. Creo que fue una de las motivaciones principales para querer ir a esa ciudad, poder tomarle yo misma una foto. La tomé, no me gustó tanto como la que tanto tiempo fue mi fondo de pantalla.

Luego la cambiaría por una imagen de luces azules y lámparas gigantes naranjas en unos tonos saturados hermosos, en la estación de Westfriedhof de Munich. A esa no fui, pero ¿saben cuando viajan y tienen una pequeña lista de los lugares a los que quieren ir? yo incluyo estaciones de metro, entre otras cosas. Lo más cerca que estuve de esta fue en Berlín, ciudad que amé, y capturé dentro de este, detalles como la trama que adornaba los asientos con sitios emblemáticos de la ciudad.

Una vez escribí un texto entero dedicado a mi pequeña pasión, en un blog que tenía cuando viví en Barcelona. Me fui de esa querida ciudad con su hermosa grilla urbanística y un par de años después perdí el blog, simplemente dejé de pagar el dominio. Allí hablaba de cuánto me gustaba viajar en metro, comparándolo con mundos subterráneos, a veces temáticos como los que hay que pasar en los videojuegos, con la gente subterránea, que no es la misma que la de los carros -ellos van en cápsulas más pequeñas y tienen solo para ellos el tráfico- donde siempre había música en mis oídos y túneles largos que succionaban estos vagones. El arranque iba acompañado de un sonido como quien inicia un viaje en el tiempo, dándole fast forward a lo que ocurre al otro lado de sus puertas.

El tiempo adentro parece transcurrir más lento para permitirte construir historias para los personajes subterráneos. El de las gafas extrañas y semblante tranquilo, el que va borracho, sin vergüenza alguna, recostado de alguien que no conoce, el del libro gordo que va con gabarbín beige pesado de grandes bolsillos que quisieras que levantara la mirada, el que baila viendo su reflejo en las puertas que están por abrirse de par en par y el que no te quita los ojos hasta el punto de incomodar.

Parte de la mezcla de sonido y el soundtrack de nuestras vidas, o al menos de la mía, incluye un timbre de cinco notas, la voz de un tipo amable diciendo “Proxima estació…” y la de una señora diciendo un montón de paradas, pero sobre todo Joanic.

En medio de toda esta pasión también se incluyen los mapas de metro, con sus líneas, colores y el tejido que forman. Tenía que amarles, dependía mucho de ellos. Aunque siempre tuviera uno a la mano, fui capaz de equivocarme de salida cuatro veces -mi desubicación espacial es tremenda-.

Tengo un montón de recuerdos en estos espacios. Irme de viaje solo con mi maleta de mano de rueditas hasta odiarla por tener que transportarla en todos esos cambios de líneas en los que solo había escaleras. Perseguir el último viaje de la noche. Creer que vi a alguien sin vida en una estación y corroborar que solo estaba borracho, inconsciente, pero borracho, o como la primera vez que perdí el conocimiento fue en unas escaleras mecánicas haciendo un cambio de línea y despertar en una sala de empleados del metro, una historia que siempre cuento.

También hay estaciones como mundos especiales con microclimas como la estación de Atocha en Madrid, que tiene un jardín tropical dentro que flipas. Otras, con maravillosos salones redondos, de donde se bifurcan distintos pasillos a diferentes destinos, que servían como salas improvisadas de conciertos de ensambles o solistas increíbles y en contraparte, a la luz de la salida de dicha estación encontrar la dolorosa imagen de quienes te esperan a la intemperie, en el suelo, rogando una limosna.

Todavía extraño esos mundos, de los que colecciono fotos, aunque no sean mías, para inventarme intrincadas historias para sus personajes. Descubrir si el de las gafas extrañas siempre está tranquilo porque nunca va tarde, o porque no le importa, o si el que va borracho viene de una fiesta a la que yo pueda ir o si solo tiene un problema crónico. Por qué no unirme al que baila evidentemente trabado, para lograr que vaya al ritmo de la canción en mis audífonos y tal vez el showcito haga que el sujeto del libro gordo con gabarbín beige pesado de grandes bolsillos levante la mirada antes que lleguemos a nuestra parada, se abran las puertas, nos alejemos del que me mira con insistencia y salgamos todos sin cruzar palabra para dejar de ser los personajes subtarráneos, hasta la próxima hora pico.

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Carolina Ardila
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Written by Carolina Ardila

Como diría Alicia, la del país de las maravillas: A duras penas se quién soy. Se quién era cuando me levanté, pero he cambiado varias veces desde entonces.

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